sábado, 10 de octubre de 2009

CAMPO DE TRABAJO-ALMERÍA JULIO-2009
Como todos los veranos, el grupo de jóvenes recibe diferentes propuestas para que podamos dedicar unos días a vivir experiencias diferentes, experiencias con una realidad muy distinta a la que estamos acostumbrados y que se salen de nuestra vida cotidiana.
Y este verano no iba a ser menos, tras ofrecernos diversos y muy variados lugares y destinos, nos decantamos por el campo de trabajo de Roquetas de Mar, en Almería.
Al principio las dos creíamos que nuestro trabajo como voluntarias sería con niños, pero no fue así, cuando llegamos descubrimos que nuestro trabajo durante 15 días consistía en dar clases de castellano a adultos inmigrantes, la mayoría de ellos subsaharianos y llegados principalmente de Mauritania, Ghana, Camerún y Senegal.
Aun así, nuestras ganas por estar allí no desistieron. Pero del mismo modo que nuestras maletas iban llenas de ilusión, motivación y ganas por aprender, por enseñar, por vivir y compartir una experiencia maravillosa, también estaban llenas de miedo y de incertidumbre, ya que no sabíamos con exactitud la realidad con la que íbamos a encontrarnos.
Durante estos 15 días, nuestro lugar fue la parroquia de San Joaquín y Santa Ana, en la que convivimos un grupo de 19 personas, entre los que se encontraban algunos jóvenes de Barcelona, y dos voluntarias encargadas de preparar nuestra comida (Paqui de Granada, y Pepi de Canarias, a la que muchos conoceréis).
Antes de comenzar, nos parecía una tarea un poco difícil, ya que la mayoría nunca había dado clases y los alumnos seguramente sería más mayores que nosotros; ¿seríamos capaces de desempeñar nuestra tarea?. Pero tras la primera clase, casi todos estos miedos e interrogantes fueron desapareciendo, ya que la respuesta de los alumnos fue muy positiva, con muchas ganas de aprender y de participar, haciendo que esta experiencia, tanto para ellos como para nosotras haya sido muy gratificante y enriquecedora.
Viajamos hasta allí para enseñar, pero hemos aprendido mucho más de lo que hemos sido capaces de enseñar: hemos aprendido a valorar todo aquello que tenemos (y que en la mayoría de las ocasiones nos parece insignificante); y no sólo refiriéndonos a lo material, sino por ejemplo, de poder disfrutar de una comida en familia, de tener una sitio al que llamar y sentirnos como en casa, de entendernos con los que nos rodean y de otras tantas actitudes que para nosotros son “normales”, pero tan diferentes en la realidad que allí estábamos viviendo.
Hemos podido apreciar la valentía, la insistencia, la perseverancia y la fuerza con la que los “morenos” (como así se les llamaba allí) intentan cumplir un sueño: tener una vida mejor. Y sin embargo, a pesar de su situación, siempre te dedicaban una palabra amable y una sonrisa de agradecimiento.
Pero esta experiencia no sólo ha consistido en impartir clases, sino también en empaparnos de la realidad almeriense que acoge a miles de inmigrantes cada año, recién llegados en patera.
Todas las tardes realizábamos diferentes actividades, como charlas con los Padres Blancos (una orden de misioneros en África), la visita al barrio de las 200 viviendas, lugar en el que residían todos los morenos y en el que fuimos recibidos en la asociación “Almería Acoge” que trabaja y se preocupa para una mejor convivencia entre las diferentes culturas.
Visitamos semilleros e invernaderos, ya que son la principal fuente de ingresos en la provincia almeriense y la que da trabajo a los inmigrantes. Pero quizás una de las experiencias más bonitas y emocionantes que pudimos tener fue cuando cuatro de nuestros alumnos vinieron con nosotros a la parroquia a compartir sus experiencias y a explicarnos como había cambiado su vida desde la llegada a España. Estos testimonios siempre irán con nosotras muy clavados en nuestros corazones.
Pero en esta experiencia, no podemos olvidar a nuestro Padre Dios, que siempre nos ha acompañado en este camino, ayudándonos a superar todas las dificultades que nos encontrábamos y a darnos ánimo para seguir adelante.
El mundo está lleno de sueños, de caricias, de colores, de luz, de esas pequeñas cosas que si uno aprende a exprimirlas y a disfrutar de ellas tiene la llave que encaja en la cerradura mágica de la felicidad. Al final, los grandes regalos, los edificios voluminosos o la gasolina se queman y tan sólo de ellos quedan cenizas efímeras, ligeras, que forman parte de un pasado sin historia y terminan siendo la causa de conflictos armados encubiertos.
Pero hay cosas que nadie puede conquistar, que nadie puede hacerse propietario, por su esencia, si se quieren disfrutar, hay que hacerlo en compañía de otros, desde mirar una puesta de sol hasta pasear por cualquier lugar… Nos empeñamos en llenar nuestros bolsillos de lo efímero, cuando podemos llenar nuestra cabeza de verdades, deseos, sensaciones, olores y recuerdos que nos serán útiles para continuar con este camino que hemos emprendido, y en el que nos encontraremos con personas a las que podemos hacer felices.

ANDREA HERNÁNDEZ MAHILLO
Mª AMOR MARTÍN ALCÓN

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